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viernes, 20 de enero de 2012

Yendo y Viniendo. Pensando en la movilización Social.

Un día, caminando con mi hijo por las calles de la ajetreada ciudad porteña, él me hizo una observación lapidaria, con la naturalidad y la inocencia que sólo tienen los niños.

-Papá, la gente no habla. – me dijo.

Yo me sonreí, y le sonreí.

-Sólo caminan – completó la frase.

Me pareció una síntesis precisa de lo que es la ciudad porteña, la acumulación de gente que va y viene, todos inmiscuidos en sus asuntos. Caminando, no hablando porque el otro no es un vecino, un compañero, sólo un estorbo que impide arribar rápido al lugar donde se quiera llegar.

Y esas miles de personas sólo comparten el espacio físico pero ningún lazo de empatía los sostiene, los vincula. Todos tienen su propia meta, llegar. Caminar para llegar. Hablar sería una pérdida de tiempo. Muchas personas que se mueven, que transitan, y una sociedad inmovilizada, fragmentada en mil pedazos.

En su libro Adán Buenosayres, Leopoldo Marechal apunta una descripción brillante de esto:

“Hombres y mujeres, en número infinito, corrían y se amontonaban en aquella planicie, acá y allá, sin orden alguno, como torbellinos de hojas otoñales al soplo de contrarios vientos: la multitud se detenía súbitamente, y sus millares de cabezas giraban en redondo, semejantes a otras tantas veletas indecisas; luego mujeres y hombres tornaban a correr, a entrechocarse, a detenerse y a levantar sus cabezas giratorias”.

Y uno se pregunta por la génesis del fenómeno, que no es nuevo pero se ha acrecentado en las últimas décadas. Quizás el neoliberalismo, la globalización. Pero lo más preocupante son las consecuencias de la sociedad inmovilizada, los efectos de la falta de compromiso y de unión con los otros. Y ahí los tenemos y los padecemos: una exclusión social que hubiera sido imposible en épocas en que la sociedad estaba movilizada, había conciencia política y vínculos y asociaciones fuertes.

Y uno no puede menos que evocar la Argentina de los 60 y 70, cuando los jóvenes se ponían a militar en política con la misma naturalidad y habitualidad con que las generaciones de hoy miran Gran Hermano. Y una sociedad movilizada no permite la exclusión social, como no la permitieron. Porque, si bien no logró la generación de los 70 el socialismo que buscaba, también hay que consignar que aportó mucho a la movilización social y que obligó al capitalismo a hacer cosas que no quería hacer, como seguir sosteniendo el Estado benefactor. Porque el capitalismo, para imponerse al socialismo que se brindaba como alternativa, tuvo que ser benefactor.

Un mérito que hay que reconocerle a los trabajadores organizados y a las generaciones revolucionarias del 60 y 70 terriblemente esquilmadas por el Terrorismo de Estado es haber demorado el deterioro de la Argentina , que se cristalizó luego a partir de la dictadura y en la década del 90, cuando la desocupación alcanzó los dos dígitos, cuando aumentó terriblemente la miseria.

Desde 1955, año de la caída del peronismo, hasta 1975, tuvimos un país en que la mitad de la riqueza se repartía entre empresarios y trabajadores. Porque los de abajo estaban movilizados, no porque el capitalismo lo quisiera así.

Y la demostración más palpable es que luego vino la matanza, la desaparición y mutilación de una generación entera. Más tarde, la anestesia, el consumismo, el individualismo, que tan bien describió Leopoldo Marechal en su libro ya mencionado:

“De pronto se descolgó sobre la llanura un diluvio de papeles mugrientos, hojas de periódicos, revistas ilustradas, carteles llamativos; y la multitud, arrojándose al punto sobre aquel roñoso maná, lo recogió a puñados, lo masticó y devoró con avidez”.

Porque, para mantener el estado de inmovilidad, incomunicación, insensibilidad social y falta de compromiso político que a menudo impera, es imprescindible hoy también el roñoso maná que brindan no pocos medios de comunicación que alimentan y reproducen esa imagen de una sociedad donde cada cual camina por su lado, donde el otro estorba o es peligroso. Y en ese mar del egoísmo y la indiferencia, los más débiles continúan sumergidos.

Sebastián Giménez
Licenciado en Trabajo Social

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