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martes, 24 de enero de 2012

Los siete pecados capitales

Pecados Capitales

1.      La Soberbia.

Es el principal de los pecados capitales. Es la cabeza de “todos” los restantes pecados. Recordemos que por esta falta, según la teología cristiana, el hombre fue expulsado del jardín del paraíso. Es una ofensa directa contra Dios, en cuanto el pecador cree tener más poder y autoridad que Dios. En general es definida como “amor desordenado de sí mismo”. Según Santo Tomás la soberbia es  “un apetito desordenado de la propia excelencia”. Se considera pecado mortal cuando es perfecta, es decir, cuando se apetece tanto la propia exaltación que se rehúsa obedecer a Dios, a los superiores y a las leyes. Se trata de renunciar a Dios en cuanto es Verdad y sentido conductor de la existencia e instalarse a sí mismo como Verdad suprema e infalible y como fundamento de la acción humana. De la misma manera, y guardando las distancias, se aplica al respeto y a la consideración que los subordinados le deben a las autoridades legítimamente constituidas. De la soberbia se desprenden las siguientes faltas menores:

·          La vanagloria: es la complacencia que uno siente de sí mismo a causa de las ventajas que uno tiene y se jacta de poseer por sobre los demás. Así mismo, consiste en la elaborada ostentación  de todo lo que pueda conquistarnos el aprecio y la consideración de los demás.
·          La Jactancia: falta de los que se esmeran en alabarse a sí mismos para hacer valer vistosamente su superioridad y sus buenas obras. Sin embargo, no es pecado cuando tiene por fin desacreditar una calumnia o teniendo en miras la educación de los otros.
·          El Fausto: consiste en querer elevarse por sobre los demás en dignidad exagerando, para ello, el lujo en los vestidos y en los bienes personales; llegando más allá de lo que permiten sus posibilidades económicas.
·          La altanería: Se manifiesta por el modo imperioso con el que se trata al prójimo, hablándole con orgullo, con terquedad, con tono despreciativo y mirándolo con aire desdeñoso.
·           La ambición: Deseo desordenado de elevarse en honores y dignidades como cargos o título, sólo considerando los beneficios que les son anexos, como la fama y el reconocimiento
·          La hipocresía: simulación de la virtud y la honradez con el fin de ocultar los vicios propios o aparentar virtudes que no se tienen.
·          La presunción: consiste en confiar demasiado en sí mismo, en sus propias luces, en persuadirse a uno mismo que es capaz de efectuar mejor que cualquier otro ciertas funciones, ciertos empleos que sobrepasan sus fuerzas o sus capacidades. Esta falta es muy común porque son rarísimos los que no se dejan engañar por su amor propio, los que se esfuerzan en conocerse a sí mismos para formar un recto juicio sobre sus capacidades y aptitudes.
·          La desobediencia: es la infracción del precepto del superior. Es pecado mortal cuando esta infracción nace del formal desprecio del superior, pues tal desprecio es injurioso al mismo Dios. Pero cuando la violación del precepto no nace del desprecio sino de otra causa y considerando la materia y las circunstancias del caso, puede ser considerada una falta menor.
·          La pertinacia: consiste en mantenerse adherido al propio juicio, no obstante el conocimiento de la verdad o mayor probabilidad de las observaciones de los que no piensan como el sujeto en cuestión. 
El remedio radical contra la soberbia es la humildad. Según el cristianismo, “Dios abate a los soberbios y eleva a los humildes (Luc. 14)

2.      La Acidia (Pereza).

Es el más “metafísico” de los Pecados Capitales en cuanto está referido a la incapacidad de aceptar y hacerse cargo de la existencia en cuanto tal. Es también el que más problemas causa en su denominación. La simple “pereza”, más aún el “ocio”, no parecen constituir una falta. Hemos preferido, por esto, el concepto de “acidia” o “acedía”.  Tomado en sentido propio es una “tristeza de animo” que nos aparta de las obligaciones espirituales y divinas, a causa de los obstáculos y dificultades que en ellas se encuentran. Bajo el nombre de cosas espirituales y divinas se entiende todo lo que Dios nos prescribe para la consecución de la eterna salud (la salvación), como la práctica de las virtudes cristianas, la observación de los preceptos divinos, de los deberes de cada uno, los ejercicios de piedad y de religión. Concebir pues tristeza por tales cosas, abrigar voluntariamente, en el corazón, desgano, aversión y disgusto por ellas, es pecado capital. 
Tomada en sentido estricto es pecado mortal en cuanto se opone directamente a la caridad que nos debemos a nosotros mismos y al amor que debemos a Dios. De esta manera, si deliberadamente y con pleno consentimiento de la voluntad, nos entristecemos o sentimos desgano de las cosas a las que estamos obligados; por ejemplo, al perdón de las injurias, a la privación de los placeres carnales, entre otras; la acidia es pecado grave porque se opone directamente a la caridad de Dios y de nosotros mismos.
Considerada en orden a los efectos que produce, si la acidia es tal que hace olvidar el bien necesario e indispensable a la salud eterna, descuidar notablemente las obligaciones y deberes o si llega a hacernos desear que no haya otra vida para vivir entregados impunemente a las pasiones, es sin duda pecado mortal.
Son efectos de la pereza:

·          La repugnancia y la aversión al bien que hace que este se omita o se practique con notable defecto.
·          la inconsistencia en el bien, la continua inquietud e irresolución del carácter que varía, a menudo, de deseos y propósitos, que tan pronto decide una cosa como desiste de ella, sin ejecutar nada.
·          Una cierta pusilanimidad y cobardía por la cual el espíritu abatido no se atreve a poner manos a la obra y se abandona a la inacción.
·          La desesperación de considerar que la salvación es imposible, de tal manera que lejos de pensar el hombre en los medios de conseguirla se entrega sin freno alguno a sus propias pasiones.
·          La ociosidad, la fuga de todo trabajo, el amor a las comodidades y a los placeres.
·          La curiosidad o desordenado prurito de saber, ver, oír, que constituye la actividad casi exclusiva del perezoso.

En el fondo, la acidia se identifica con el “aburrimiento”. Pero no con ese aburrimiento objetivo que nos hace escapar de una cosa, de una situación o de una persona en particular. Más bien se refiere al “aburrimiento” que sentimos frente a la existencia toda, frente al hecho de existir y de todo lo que esto implica. La vida nos exige trabajo, esfuerzo para actuar según lo que se debe, esfuerzo que no es ni gratuito ni fácil. Cuando no somos capaces de asumir este costo (este trabajo) y desconocemos aquello que debemos “hacer” en la existencia, la vida humana se transforma en un vacío que me causa “horror”; se transforma en un vacío que me angustia y del cual escapamos constantemente casi sin darnos cuenta. De hecho ‘aburrimiento’ significa originariamente “ab horreo” (horror al vacío). Decíamos que la acidia es el más metafísico de los pecados capitales parque implica no asumir los costos de la existencia, de escapar constantemente de hacer lo que se debe, por no saber lo que se debe.

3.      La Lujuria.

Tradicionalmente se ha entendido la lujuria como “appetitus inorditatus delectationis venerae” es decir como un apetito desordenado de los placeres eróticos. La tradición cristiana subdividió este pecado en la simple fornicación, el estupro, el rapto, el incesto, el sacrilegio, el adulterio, el pecado contra la naturaleza, comprendiendo bajo esta última especie, la polución voluntaria, la sodomía y la bestialidad. La lujuria sería siempre un “pecado mortal” pues involucra directamente la utilización del otro, del prójimo, como un medio y un objeto para la satisfacción de los placeres sexuales.
Hay en este pecado dos grandes principios en juego: el verdadero concepto del amor y la finalidad de la sexualidad. El cristianismo –y gran parte de la tradición clásica especialmente la griega–, entienden por “amor” algo muy distinto de lo que el mundo contemporáneo comprende. El concepto de amor tiene una importancia central en el cristianismo. De hecho Dios mismo es identificado con el amor. Para el cristiano el amor es “superabundancia”, capacidad de dar y de darse, “caritas”, en definitiva: caridad, una de las tres Virtudes Teologales. De esta manera el amor implica un donarse, un darse por el otro, por el prójimo. Recordemos la segunda parte del único mandamiento que anuncia el Nuevo Testamento: “...amar al prójimo como a sí mismo”. El amor cristiano, y también el griego, está, de esta forma, desligado en su origen de cualquier tipo de sexualidad, incluso de la corporeidad. Lo erótico es una consecuencia, un plus totalmente prescindible. La casi sinonimia entre amor y sexo es producto de la modernidad. El “hacer el amor” como sinónimo de “relación sexual” es el mejor ejemplo de lo anterior. La Lujuria sería entonces totalmente contraria al amor –y a Dios– entendido en términos cristianos. El pecado de la lujuria no considera al otro como una “persona” válida y valiosa en sí misma, como un fin en sí misma por el cual tendríamos que darnos. El otro pasa a ser un objeto una cosa que satisface la más fuerte de las satisfacciones corporales, el placer sexual. Aun más, el sujeto mismo que incurre en un acto lujurioso se convierte a sí en un objeto, que olvida o suspende su propia dignidad.Por otro lado, para el pensamiento cristiano la sexualidad tiene una finalidad preestablecida, única y clara. La reproducción y la perpetuación de la especie. Esta clara finalidad da también sentido a la existencia del hombre ordenado su acción en vista del amor de Dios. La lujuria, en cambio, que no tiene en vistas la finalidad de la reproducción y que por esto pierde todo sentido, se convierte en una acción bacía, sin sentido, que de alguna manera nadifica al hombre y lo aleja del Ser de Dios.

4.      La Avaricia.

La teología cristiana explica el pecado de la avaricia como “amor desordenado de las riquezas”, es desordenado, continua, “porque lícito es amar  y desear las riquezas con fin honesto en el orden de la justicia y de la caridad, como por ejemplo, si se las desea para cooperar más eficazmente con al gloria de Dios, para socorrer al prójimo etc. El crimen de la avaricia no lo constituyen las riquezas o su posesión, sino el apego inmoderado a ellas; “esa  pasión ardiente de adquirir o conservar lo que se posee, que no se detiene ante los medios injustos; esa economía sórdida que guarda los tesoros sin hacer uso de ellos aun para las causas más legítimas; ese afecto desordenado que se tiene a los bienes de la tierra, de donde resulta que todo se refiere a la plata, y no parece que se vive para otra cosa que para adquirirla.”
“La  avaricia, por consiguiente, es pecado mortal siempre que el avaro ame de tal modo las riquezas y pegue su corazón a ellas que está dispuesto a ofender gravemente a Dios o a violar la justicia y la caridad debida al prójimo, o a sí mismo.”
En la avaricia se ven claramente los elementos comunes a todos los pecados. Por una lado, el avaro pierde el verdadero sentido de su acción poniendo el fin en lo que debería ser un medio, en este caso la obtención y la retención de las riquezas. Lo que importa al cristianismo es que el prójimo reciba, en justicia,  la caridad que todos le debemos al menesteroso. La avaricia es directamente contraria a la caridad en cuanto es un “no dar”, más aun en privar a otros de sus bienes para tener más que retener. Por otro lado,  el privar al otro de sus bienes, muchas veces con malas artes, y retener estos bienes en perjuicio del otro, es también negar al otro en su calidad de persona, de fin en sí. Se lo utiliza para satisfacer, mediante la acumulación de riquezas, el principio del amor a sí mismo.
Son “hijos” o faltas menores de la avaricia: el fraude, el dolo, el perjurio, el robo y el hurto, la tacañería, la usura, etc.

5.      La Gula.

Como “uso inmoderado de los alimentos necesarios para la vida” es definido este pecado. La definición teológica se complementa con que “el placer o deleite que acompaña al uso de los alimentos, nada tiene de malo; al contrario, en el efecto de una providencia especial de Dios para que el hombre cumpliese más fácilmente  con el deber de su propia conservación. Prohibido es, empero, comer y beber hasta saciarse por ese solo deleite que se experimenta”. De esta manera, la religiosidad latina especifica estas faltas en: proepropere: comer antes de tiempo o cuando se debe abstener de comer, por ejemplo en los días de ayuno señalados por la Iglesi; laute: cuando se comen manjares que superan las posibilidades económicas de la persona; nimis cuando se bebe o se come en perjuicio de la salud de la persona; ardenter: cuando se como con extrema voracidad o avidez a manera de las bestias. La gula se transforma en pecado en los siguientes casos:

·          Cuando por el solo placer de comer se llega al hurto o se reduce a la familia a la mendicidad.
·          Cuando el deleite en el comer se reduce a un fin único y preponderante en la vida.
·          Cuando es causa de graves pecados como la lujuria y la blasfemia.
·          Cuando trasgrede los preceptos de la Iglesia en los días de ayuno y de abstinencia de ciertos alimentos.
·          Cuando se provoca voluntariamente el vómito para continuar el deleite de la comida.
·          Cuando se auto infiere grabe daño a la salud o sufrimiento a si mismo y a los que lo rodean.

Además de lo dicho por la teología tradicional, la gula tiene un aspecto que  no debemos dejar de considerar. La gula es la manifestación física de un apetito más profundo y significativo. El que cae en las tentaciones de la gula, no sólo quiere consumir comida. Quiere, de alguna manera, ingerir todo el universo. Asimilar, hacer suyo, todo lo exterior, reducir todo lo otro a sí mismo. En este sentido la gula se mimetiza estrechamente con la lujuria, se trata de ponerse por sobre lo otro, reducirlo, objetivarlo y hacerlo suyo. De esta manera  el “glotón” se transforma en el único centro de referencia, en conformidad con el principio del amor a sí mismo. El asimilar, reducir, el universo en general y al prójimo en particular a sí mismo es la más radical negación del otro.
   
6.      La Ira.

Appetitus inordinatus vindictae” es decir, un “apetito desordenado de venganza”. “Que se excita –continua la definición latina– en nosotros por alguna ofensa real o supuesta. Requiérase, por consiguiente, para que la ira sea pecado, que el apetito de venganza sea desordenado, es decir, contrario a la razón. Si no entraña este desorden no será imputado como pecado”. De esto ultimo se desprende que habría una ira “buena y laudable” si no excede los límites de una prudente moderación y tiene como fin suprimir el mal y reestablecer un bien. “El apetito de venganza es desordenado o contrario a la razón, y por consiguiente la ira es pecado, cuando se desea el castigo al que no lo merece, o si se le desea mayor al merecido, o que se le infrinja sin observar el orden legítimo, o sin proponerse el fin debido que es la conservación de la justicia y la corrección del culpable. Hay también pecado en la aplicación de la venganza, aunque esta sea legítima, cuando uno se deja dominar por ciertos movimientos inmoderados de la pasión. De esta manera la ira se convierte en pecado gravísimo porque vulnera la caridad y la justicia. Son hijos de la Ira: el maquiavelismo, el clamor, la indignación, la contumelia, la blasfemia y la riña”.
De la  definición anterior se desprende que la ira es el uso de una fuerza directa o verbal que trasgrede los límites de la legitima restitución de un bien ofendido. La violencia, entendida como el uso de la fuerza, si es desmedida, es claramente una anulación del otro. En el asesinato, por ejemplo, que no corresponde a la legítima defensa, se pretende evidentemente la nadificación del otro. En el leguaje, mediante la ofensa o el improperio, encontramos también el deseo de perjuicio e incluso de nulidad del otro.
Es importante hacer notar que el uso de la fuerza en contra del prójimo no siempre es un mal moral. Debe ser entendida como un mal menor si el fin por el cual se realiza no es sólo la anulación del otro sino que persigue fines legítimos como la conservación de la vida propia o de terceros. Tal es el caso de la “guerra legítima” que procura evita la propia muerte o la privación de la legítima libertad a mano de un invasor, la legítima defensa. El uso de la fuerza se justifica también cuando se procura, con esto, el bien del otro, evitando de esta manera un daño mayor que el dolor que se infringe.
La ira se convierte en pecado gravísimo cuando nuestro instinto de destrucción sobrepasa toda moderación racional y, desbordando todo límite dictado por una justa sentencia, se desea sólo la inexistencia del prójimo.

7.      La Envidia

La envidia es definida como “Desagrado, pesar, tristeza, que se concibe en el ánimo, del bien ajeno, en cuanto este bien se mira como perjudicial a nuestros intereses o a nuestra gloria: tristia de bono alteriusin quantum est diminutivum propiae gloriae et excellentiae” De esta manera, para saber si la envidia es una falta moral, es necesario investigar el verdadero motivo que produce la tristeza que se siente frente al bien que posee el prójimo. De esta manera la envidia no es pecado cuando

·          Nos entristecemos por el cargo, potestad o bienes materiales alcanzado por quien no los merece y podría hacer mal uso de esa autoridad causando grave daño a sus semejantes.
·          sentimos insatisfacción por los bienes que posee quien no los merece y en vista de que nosotros le daríamos mejor fin. Por ejemplo, el que abunda en riquezas haciendo mal uso de ellas: los avaros que no hacen uso de sus bienes ni para beneficio propio ni para el de los demás.
·          otras veces, nos entristecemos, no tanto de lo que el otro posee como del hecho de que nosotros carecemos de ese bien, si esta constatación nos muestra el tiempo y las oportunidades perdidas y alienta nuestro propio sentido de superación.

La envidia es falta gravísima, cuando nos incomoda y angustia a tal grado el bien o los bienes materiales del otro, que deseamos verlo privado de aquellos bienes que legítimamente a conseguido y al que, nosotros, por nuestra impotencia, no hemos logrado conseguir. De esta manera, este deseo de ver privado al otro de sus bienes nos puede conducir a procurar, por todos los medios, a efectivamente quitarle esos bienes o de hacer ver, con el uso del chismorreo, que aquel no debería poseer lo que posee. La mentira, la traición, la intriga, el oportunismo entre otras faltas se desprenden de esta tristeza frente al bien ajeno y a nuestra propia incapacidad de acceder a tales bienes.

La discrimacion

lunes, 23 de enero de 2012

LECCIONES DE VIDA

1. La vida no es justa, pero aún así es buena.
2. Cuando tengas duda, sólo toma el siguiente paso pequeño.
3. La vida es demasiada corta para perder el tiempo odiando a alguien.
4. Tu trabajo no te cuidará cuando estés enfermo. Tus amigos y familia sí. Mantente en contacto.
5. Liquida tus tarjetas de crédito cada mes.
6. No tienes que ganar cada discusión. Debes estar de acuerdo en no estar de acuerdo.
7. Llora con alguien. Alivia más que llorar solo.
8. Está bien si te enojas con Dios. Él lo puede soportar.
9. Ahorra para el retiro comenzando con tu primer sueldo.
10. Cuando se trata de chocolate, la resistencia es inútil.
11. Haz las paces con tu pasado para que no arruine tu presente.
12. Está bien permitir que tus niños te vean llorar.
13. No compares tu vida con otros. No tienes ni idea de lo que se trata su travesía.
14. Si una relación tiene que ser secreta, no debes estar en ella.
15. Todo puede cambiar en un parpadear de ojos. Pero no te preocupes, Dios nunca parpadea.
16. Respira profundamente. Esto calma la mente.
17. Elimina todo lo que no sea útil, hermoso o gozoso.
18. Si algo no te mata, en realidad te hace más fuerte.
19. Nunca es demasiado tarde para tener una niñez feliz. Pero la segunda depende de ti y de nadie más.
20. Cuando se trata de perseguir aquello que amas en la vida, no aceptes un “no” por respuesta.
21. Enciende las velitas, utiliza las sábanas bonitas, ponte la lencería cara. No la guardes para una ocasión especial. Hoy es especial.
22. Prepárate de más, y después sigue la corriente.
23. Sé excéntrico ahora. No esperes a ser viejo para usar el morado.
24. El órgano sexual más importante es el cerebro.
25. Nadie está a cargo de tu felicidad, más que tú.
26. Enmarca todo llamado “desastre” con estas palabras: “En cinco años… ¿esto importará?”
27. Siempre elige vida.
28. Perdónale todo a todos.
29. Lo que las otras personas piensen de ti no te incumbe.
30. El tiempo sana casi todo. Dale tiempo al tiempo.
31. Por más buena o mala que sea una situación, algún día cambiará.
32. No te tomes tan en serio. Nadie más lo hace.
33. Cree en los milagros.
34. Dios te ama por lo que Dios es, no por lo que hayas hecho o dejado de hacer.
35. No audites la vida. Sólo llega y aprovéchala al máximo hoy.
36. Llegar a viejo es mejor que la alternativa— morir joven.
37. Tus niños sólo tienen una niñez.
38. Todo lo que verdaderamente importa al final es que hayas amado.
39. Sal todos los días. Los milagros están esperando en todas partes.
40. Si todos apiláramos nuestros problemas y viéramos los montones de los demás, rápido arrebataríamos de regreso los nuestros.
41. La envidia es una pérdida de tiempo. Tú ya tienes todo lo que necesitas.
42. Lo mejor está aún por llegar.
43. No importa cómo te sientas… párate, arréglate y preséntate.
44. Cede.
45. La vida no está envuelta con un moño, pero sigue siendo un regalo.

Frases para reflexionar

* Antes de aprender a meditar tienes que aprender a no dar portazos. - Monje Budista

* Aprender sin reflexionar es malgastar la energía. - Kung FuTse, Confucio

* El tiempo de la reflexión es una economía de tiempo. - Publio Siro

* La práctica debería ser producto de la reflexión, no al contrario. - Hermann Hesse

* La reflexión calmada y tranquila desenreda todos los nudos. - Harold MacMillan, frases de reflexion.

* La reflexión es el ojo del alma. - Benigne Bossuet

* Reflexiona con lentitud, pero ejecuta rápidamente tus decisiones. - Sócrates

* Reflexiona cuidadosamente antes de actuar. - Buda


* Experiencia es el nombre que damos a nuestras equivocaciones.

* Experiencia es el nombre que damos a nuestras equivocaciones.

* La música es el más grande medio de expresión después de la mirada.
* Las mentiras más crueles son dichas en silencio

* Nada nos engaña tanto como nuestro propio juicio. Leonardo da Vinci 
Quiéreme cuando menos lo merezca, porque será cuando más lo necesite. Cr Jeckyll

* Quieres ser rico? Pues no te afanes por aumentar tus bienes, sino en disminuir tu codicia. - Epicuro

* La violencia es el miedo a las ideas de los demás y poca fe en las propias.


viernes, 20 de enero de 2012

La intervención del trabajador social en situaciones de crisis:


En rasgos generales, es necesario comenzar diferenciando la intervención


enmarcada en un espacio como es la guardia. Las situaciones que se deben abordar se


caracterizan por ser agudas, y en general, en situaciones de crisis los sujetos pueden


encontrarse en estado de shock, confusión, fuerte angustia, ansiedad, etc.


Es por esto que uno de los principales objetivos que persigue la intervención


profesional es la contención del otro, a través de una adecuada escucha y la


construcción del rapport.


La finalidad de este encuadre particular es favorecer que el sujeto logre la


organización del relato, y constituirse en sujeto activo en la comprensión y resolución


de la situación.


Paralelamente se debe realizar un diagnóstico interdisciplinario rápido y eficaz


de la situación problemática: debe valorar el daño sufrido por la persona, si se sigue


encontrando en situación de riesgo y si hay otros que se encuentran en situación de


riesgo que por múltiples razones no han accedido al efector de salud.


Poder realizar una adecuada valoración del daño y del riesgo, requiere formular


preguntas adecuadas, conocer marcos teóricos pertinente e indicadores de riesgo y daño


existentes en relación al problema. Igualmente se debe poseer un amplio manejo de las


leyes, resoluciones y protocolos de atención relativos a las problemáticas a fin de que


las intervenciones se encuadren en torno a los mismos, contribuyendo a garantizar la


adecuada atención, denunciar la vulneración de derechos, favorecer la restitución de los


mismos, y evitar la doble victimización, etc.


La intervención propiamente dicha en este contexto puede incluir:


- La decisión de realizar internaciones por “causa social”.


- Articulación con diferentes instituciones de otros sectores.


- Referencia, contrarreferencia y articulación con el Servicio Social del Hospital y


otros efectores de salud (del área programática y de otras áreas). Tanto en el


caso de que la persona resulte internada o continúe su atención por consultorios


externos del mismo u otro efector, es de vital importancia que los servicios


sociales (u otros referentes de los mismos) cuenten con información detallada de


lo actuado, y se pueda llegar a acuerdos en torno al seguimiento de la situación.


Considerado el caso particular de la violencia de género como disparadora de una


situación de crisis, Velázquez afirma que las reacciones de las personas frente a los


ataques o los efectos que estos provocan, varían notablemente de unas a otras. La


autora considera que los seres humanos poseen formas ilimitadas de reaccionar frente al


sufrimiento. “Todos presentan emociones y comportamientos que muestran el efecto


traumático de la violencia que, indefectiblemente desencadenará una situación de


crisis”16. La noción de crisis presenta dos dimensiones, por un lado el referido al


impacto que produce el hecho violento, y por el otro el trabajo que debe emprender la


mujer para la resolución de la misma.


La misma autora refiere que la mujer agredida experimenta en forma posterior al


ataque un incremento de la ansiedad y la angustia. Vivencia sentimientos de


inseguridad, rabia y miedo; humillación y vergüenza por el hecho violento en que


estuvo implicada contra su deseo. Se siente desconfiada, expresa malestar consigo


misma y contra los demás. Puede llegar a sentirse culpable –en mayor o en menor


grado- por lo sucedido. Puede dudar de las actitudes que tuvo antes o después del


ataque, preguntarse si ella pudo provocarlo de algún modo, o bien considerar que su


interpretación de lo sucedido es exagerada o distorsionada. El miedo y la confusión que


padece luego del hecho vivido la hacen sentir vulnerable y sin recursos para enfrentar la


situación. La autora sostiene que estos sentimientos son la clara manifestación del


sufrimiento que padecen las mujeres tanto en el cuerpo agredido, como en la sensación


de desamparo que el encuentro con la violencia produce.


La violencia en la pareja puede iniciarse como un hecho disruptivo, inusual, pero


la cronicidad que la caracteriza, y el silencio que la rodea, puede contribuir a que resulte


naturalizada, de modo que en tales casos la situación debe ser abordada de un modo


distinto, porque la reacción y el estado de la mujer que llega a la guardia, así como la


percepción del riesgo al que se halla expuesta se encuentra minimizado, detenido, del


mismo modo que la posibilidad de percibir cambios genuinos respecto de la situación


(que puede encontrarse reforzado por malas experiencias previas: denuncias fallidas,


discontinuidad de tratamientos iniciados, etc.). Al decir de Holgado: “…Vemos que por


obra de un suceso traumático que conmueve los cimientos en que hasta entonces se


sustentaba su vida, algunos sujetos caen en un estado de suspensión que les hace


resignar todo interés por el presente y el futuro...”17


Si el profesional lo evalúa como pertinente, y la mujer se muestra de acuerdo, es


posible incluir a sus redes próximas en el proceso de intervención, ellos también pueden


encontrarse en crisis por la situación y el trabajo conjunto posibilita el abordaje del


impacto de la situación de violencia y favorece la comprensión de lo vivido. El objetivo


sería poder constituirlos en verdaderas redes de contención y acompañamiento de la


mujer, ya que si estos actúan desde el reproche, negando o minimizando lo vivido por


ella, solo contribuirán a que aumente el monto de ansiedad, la culpa y la vulnerabilidad


que ella vivencia18.


Al respecto hemos observado que las mujeres que concurren a la guardia por estas


situaciones sin acompañamiento, tienden a retirarse sin completar la atención.

LOS TRABAJADORES SOCIALES EN SITUACIONES DE CRISIS,

El papel de los Trabajadores Sociales en situaciones de crisis, emergencias y
Catástrofes se asienta sobre tres pilares básicos. En primer lugar, debemos
tener claras cuáles son las funciones que podemos desempeñar dentro de
nuestro rol profesional, en segundo lugar analizamos las situaciones en las que
podemos intervenir y por último, el proceso de evaluación y todos sus
componentes.
En cuanto a las funciones de los Trabajadores Sociales, tras estudiar las
funciones que marca la FITS (Federación Internacional de Trabajo Social) y
nuestro Código Deontológico, podemos hacer un resumen de aquellas que
funciones que son propias de este tipo de eventos. Por supuesto, que todas
ellas podrán verse ampliadas, modificadas o completadas por otras nuevas que
sean requeridas, por eso, este cuadro es una aproximación teórica de las
funciones que debemos defender. Para una mejor compresión, se han dividido
en función del momento temporal (preemergencia, impacto, y postemergencia);
y también en función de los beneficiarios de nuestra intervención (afectados,
familiares, comunidad, intervinientes) y por último un nivel nacional referido a
cuestiones organizativas y de gestión en órganos directivos. Antes de analizar
el cuadro haremos un repaso breve a los objetivos de nuestra intervención:
- Contribuir a disminuir las desigualdades e injusticias sociales.
- Dar a conocer las oportunidades que tienen los grupos sociales a su
disposición.
- Motivar para tener acceso a esas oportunidades.
- Ayudar a las personas, familias y grupos sociales a desarrollar las respuestas
emocionales, intelectuales y sociales necesarias para permitirles aprovechar
esas oportunidades sin que tengan que renunciar a sus rasgos personales,
culturales y de origen.
- Ayudar a las personas implicadas en el manejo de sentimientos y emociones
para que aprendan a expresarlos explícitamente.
- Ayudar a las personas a aprender nuevas formas de enfrentar los problemas,
concebir la vida de diferente manera.
- Restablecer el equilibrio psicológico de las personas.
- Integrar el incidente en la estructura de la vida.
- Establecer o facilitar la comunicación entre las personas en crisis, y con las
personas que puedan ayudar en el proceso.
- Ayudar al individuo o familia a que perciban adecuadamente la situación.
- Restaurar la homeóstasis del individuo con su entorno que se ha visto
afectada por el suceso crítico.

Yendo y Viniendo. Pensando en la movilización Social.

Un día, caminando con mi hijo por las calles de la ajetreada ciudad porteña, él me hizo una observación lapidaria, con la naturalidad y la inocencia que sólo tienen los niños.

-Papá, la gente no habla. – me dijo.

Yo me sonreí, y le sonreí.

-Sólo caminan – completó la frase.

Me pareció una síntesis precisa de lo que es la ciudad porteña, la acumulación de gente que va y viene, todos inmiscuidos en sus asuntos. Caminando, no hablando porque el otro no es un vecino, un compañero, sólo un estorbo que impide arribar rápido al lugar donde se quiera llegar.

Y esas miles de personas sólo comparten el espacio físico pero ningún lazo de empatía los sostiene, los vincula. Todos tienen su propia meta, llegar. Caminar para llegar. Hablar sería una pérdida de tiempo. Muchas personas que se mueven, que transitan, y una sociedad inmovilizada, fragmentada en mil pedazos.

En su libro Adán Buenosayres, Leopoldo Marechal apunta una descripción brillante de esto:

“Hombres y mujeres, en número infinito, corrían y se amontonaban en aquella planicie, acá y allá, sin orden alguno, como torbellinos de hojas otoñales al soplo de contrarios vientos: la multitud se detenía súbitamente, y sus millares de cabezas giraban en redondo, semejantes a otras tantas veletas indecisas; luego mujeres y hombres tornaban a correr, a entrechocarse, a detenerse y a levantar sus cabezas giratorias”.

Y uno se pregunta por la génesis del fenómeno, que no es nuevo pero se ha acrecentado en las últimas décadas. Quizás el neoliberalismo, la globalización. Pero lo más preocupante son las consecuencias de la sociedad inmovilizada, los efectos de la falta de compromiso y de unión con los otros. Y ahí los tenemos y los padecemos: una exclusión social que hubiera sido imposible en épocas en que la sociedad estaba movilizada, había conciencia política y vínculos y asociaciones fuertes.

Y uno no puede menos que evocar la Argentina de los 60 y 70, cuando los jóvenes se ponían a militar en política con la misma naturalidad y habitualidad con que las generaciones de hoy miran Gran Hermano. Y una sociedad movilizada no permite la exclusión social, como no la permitieron. Porque, si bien no logró la generación de los 70 el socialismo que buscaba, también hay que consignar que aportó mucho a la movilización social y que obligó al capitalismo a hacer cosas que no quería hacer, como seguir sosteniendo el Estado benefactor. Porque el capitalismo, para imponerse al socialismo que se brindaba como alternativa, tuvo que ser benefactor.

Un mérito que hay que reconocerle a los trabajadores organizados y a las generaciones revolucionarias del 60 y 70 terriblemente esquilmadas por el Terrorismo de Estado es haber demorado el deterioro de la Argentina , que se cristalizó luego a partir de la dictadura y en la década del 90, cuando la desocupación alcanzó los dos dígitos, cuando aumentó terriblemente la miseria.

Desde 1955, año de la caída del peronismo, hasta 1975, tuvimos un país en que la mitad de la riqueza se repartía entre empresarios y trabajadores. Porque los de abajo estaban movilizados, no porque el capitalismo lo quisiera así.

Y la demostración más palpable es que luego vino la matanza, la desaparición y mutilación de una generación entera. Más tarde, la anestesia, el consumismo, el individualismo, que tan bien describió Leopoldo Marechal en su libro ya mencionado:

“De pronto se descolgó sobre la llanura un diluvio de papeles mugrientos, hojas de periódicos, revistas ilustradas, carteles llamativos; y la multitud, arrojándose al punto sobre aquel roñoso maná, lo recogió a puñados, lo masticó y devoró con avidez”.

Porque, para mantener el estado de inmovilidad, incomunicación, insensibilidad social y falta de compromiso político que a menudo impera, es imprescindible hoy también el roñoso maná que brindan no pocos medios de comunicación que alimentan y reproducen esa imagen de una sociedad donde cada cual camina por su lado, donde el otro estorba o es peligroso. Y en ese mar del egoísmo y la indiferencia, los más débiles continúan sumergidos.

Sebastián Giménez
Licenciado en Trabajo Social